He descrito en más de una ocasión el sentimiento de indecisión que experimento seleccionando un libro de un autor que desconozco: lo tomo, lo suelto, lo vuelvo a tomar, y así hasta que me decido a cogerlo. Otras veces no tengo opción de elegir, y leo lo que haya en la habitación. Así me pasó con Sentido y Sensibilidad hace ya casi tres Navidades, sólo doscientos años desde que se publicó por vez primera la novela, y desde entonces hasta ahora.
Persuasión (1818) fue la última novela de Jane Austen, y también la última que me faltaba a mí por leer y, lejos de estar triste, tengo la sensación de haber conocido a una gran amiga con la que compartí un delicioso tiempo. Para mí quedan esos paseos por frondosos bosques ingleses, las tardes de noviembre transcurridas en una confortable melancolía, las palpitaciones producidas por cada carta imprevista, las alegrías superficiales, las ironías bien dichas, las confesiones más íntimas que sólo nos decimos a nosotros mismos…
De Austen hay que leerlo todo, y no precisamente por orden cronológico. Fascina la facilidad con la que maneja los diversos giros argumentales, como consigue encajar las desgracias o fortunas que les van sucediendo a sus personajes de la forma más natural posible. Esos personajes que por la profundidad con la que son descritos, parecen respirar a nuestro compás, dándonos la oportunidad de adivinar cómo se sentirán, pero no de lo que les deparará el capítulo siguiente.
En las novelas de Jane Austen pasa la vida, de la misma manera que pasa a nuestro alrededor, sólo que ella consigue condensarlo en 200 páginas y ofrecernos además un punto de vista inteligente, sensible y bondadoso. Las tramas giran alrededor del sentimiento amoroso (su descubrimiento, confesión, suposición, soledad…) pero van más allá. Al final no leemos una historia de amor, sino sobre las circunstancias y conveniencias en que las se fraguan éstas. Y eso, definitivamente, es lo interesante.
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